Nuevas lecturas de Balzac
Archivado en: Cuaderno de lecturas, La misa del ateo, de Honoré de Balzac
La lectura de La misa del ateo (1836) en una edición en que aparece impresa tras El coronel Chabert (1832), me ha devuelto a mis inicios en La comedia humana. El coronel... precisamente fue la primera novela de Balzac que tuve oportunidad de leer en mayo de 1996. Reencontrarla ahora, veintiún años después, me ha dado que pensar. En realidad, di cuenta de ella en una edición diferente a esta que traigo a colación, de la que me desprendí al hacerme con esta que atesoro actualmente, seguida por La misa..., La interdicción (1836) y El contrato de matrimonio (1835). Me acuerdo naturalmente del pie de imprenta y de la editorial -cuyo nombre omito deliberadamente- de mi primer Coronel, que regalé a una de mis cuñadas al hacerme con este otro.
Aunque en esta de ahora no hay noticia del traductor ni por el forro, la versión, sino actual, tampoco se me antoja pretérita. Es decir, no hay pronombres enclíticos ni esas aféresis de antaño. Dado el orden de las distintas obras, prácticamente el correspondiente a la edición original francesa de Charles Furne, la canónica, esta mía se me figura pirateada de alguna edición española buena. Desde luego, la editorial que llevó a la imprenta el texto en 1995, Olympia Ediciones -sello del que no figura ningún dato ni en el libro ni en Internet-, tiene toda la pinta de ser una de esas firmas que se montan -"constituyen" sería mucho decir- para poner a la venta ediciones de saldo en esas librerías dedicadas a los restos de ediciones que, pese al rodillo digital, aún siguen existiendo.
Ya entrando en materia, La misa del ateo es un relato breve dedicado a la exaltación de dos hombres buenos. A menudo pienso que Balzac es un moralista porque sublima la bondad con las mismas que condena la maldad con sutileza, entre esas extensas descripciones que trascienden la mera representación de la realidad para alcanzar su incomparable suprarrealismo. De hecho, entre las muchas divisiones en las que puede compartimentarse La Comedia Humana no falta una de las más sencillas, que traza una línea entre los personajes buenos y los malos. La Eugenia Grandet de la novela homónima (1834), el David Sechárd de Ilusiones perdidas (1843) o el señor Goriot de El tío Goriot (1835), son personajes buenos a carta cabal. En tanto que las marquesas, duquesas y demás "mujeres de moda" que nos presenta el maestro -sin duda por lo esquivas que le fueron al escritor las grandes damas en la vida real- suelen ser refinadamente perversas y taimadas, siempre ávidas de medro. Por no hablar de Vautrin, el villano por excelencia de La Comedia Humana y uno de los personajes más pérfidos de la novelística mundial.
Empero, esta polarización de sus personajes, no lleva al maestro a caer en el maniqueísmo. El propio Vautrin tiene detalles de auténtico altruismo con Lucien de Rubempré y el título de otra de las novelas capitales de ciclo, Esplendores y miserias de las cortesanas (1847), la continuación de Ilusiones perdidas, es harto elocuente respecto a ese afán del novelista de evitar en buena medida la simpleza de la polarización: nadie es bueno o malo al cien por cien.
Esa mirada más allá de la mera apariencia -pues de eso se trata, al fin y al cabo- es el asunto de La misa. Su protagonista es el doctor Horace Bianchon, quien aún era estudiante de medicina cuando tuve las primeras noticias de él como uno de los huéspedes de pensión Vauquer de El tío Goriot. En esta nueva entrega, apenas un relato, Bianchon ya es médico interno en un hospital y discípulo de un tal Desplein. Éste, a su vez, es el trasunto de un verdadero galeno fallecido un año antes de la redacción del texto: Guillaume Dupuytren. Además de un brillante cirujano de su tiempo que describió por primera vez algunas patologías, Dupuytren en el gran mundo de las marquesas y duquesas fingía ser muy devoto cuando, en realidad no lo era.
Podría halarse de Desplein en términos muy parecidos si no fuera porque nuestro protagonista, como buen hombre de ciencia, es un materialista sinceramente ateo, que no un falso creyente como Dupuytren. Sin embargo, cuando Bianchon le sorprende yendo a misa, cree que el escepticismo de su mentor también es mentira. Tras esperar un año sin acabar de dar crédito a la supuesta religiosidad de su maestro, cuando Bianchon vuelve a verle asistir al mismo templo, el mismo día, pero doce meses después, no puede dejar de preguntarle al respecto. Desplein le cuenta al punto su historia y la ayuda que le prestó en sus "comienzos difíciles" un aguador llamado Bourgeat.
Gracias a su benefactor, uno de esos tipos buenos a carta cabal tan frecuentes en las novelas de Balzac, Desplein pudo comer, vestirse y comprarse cuanto fue preciso en sus días de estudiante. Cuando a Bourgeat le llegó la hora, Desplein le prometió encargarle esas mismas a las que asiste con la misma disposición que entramos en las iglesias los ateos que acudimos a ellas a rendir tributo a una persona creyente a la que quisimos.
Dice Carlos Pujol -cuyo Balzac y la Comedia Humana (Bruguera, 1983) sigue siendo una de mis principales guías en el ciclo- que La interdicción guarda tres concomitancias con El coronel...: "el marido víctima inocente, la esposa desleal y el hombre de leyes justiciero". En efecto, a poco que se avance en la lectura, se comprueba que el dramatis personae -como gustaban llamar a su elenco de personajes algunos prominentes novelistas españoles de mediados de los años 90 del pasado siglo, de los que ya apenas queda un débil recuerdo- es el mismo en ambas piezas. Piezas que -por seguir con las cursiladas- son nouvelles, que es como llaman a las novelas cortas en Francia, tal es el caso de El coronel Chabert y La interdicción, que no roman, voz que designa únicamente a las novelas largas.
Aquí la esposa desleal es la marquesa de Espard, la reina en ese trono del gran mundo que antes ocupase la duquesa de Langeais, mi favorita. Dignidad en la que no tardarán en sucederla tantas otras grandes damas. Por el momento, una de las pruebas que vienen a demostrarnos el poderío de la marquesa de Espard es que Rastignac revolotea a alrededor de madame cuando la señora marquesa recibe en su casa
Considerando que es el personaje que más aparece -28 entregas para ser exactos- tal vez sea Rastignac el protagonista de La comedia humana. Su evolución puede seguirse desde que es un estudiante en la pensión Vauquer hasta que es nombrado ministro y par de Francia. Cuando le dejé en la pensión, conmovido por el triste final de Goriot -muerto en la miseria pese a haber hecho fortuna para satisfacer la ambición de sus hijas- al volver del sepelio del desdichado, contemplando París desde una de sus alturas cercanas, Rastignac se jura a sí mismo conquistar la ciudad. Me da la impresión de que, en su ascensión hacia la cima, ha abandonado a la baronesa de Nucingen, hija de Goriot y esposa del barón de Nucingen, el admirador de la Ester de Esplendores y miserias...
El caso es que, en esta pieza, Rastignac parecer querer ser el amante de la marquesa de Espard. Es él quien, por mediación su amigo Bianchon -al que sabe pariente del juez Popinot- hace que el magistrado acuda al hotel, la residencia de los Espard. Popinot, ese hombre de leyes bueno que viene a ser aquí lo que fuera Derville a El coronel..., acepta la invitación con mucho recelo. Amén de amigo de los pobres, como manda el canon del bueno y nos da a entender Balzac al describirnos al juez por primera vez, está al cabo de los manejos de las damas de gran mundo para adquirir sus caudales.
En esta ocasión, se pretende interdecir al marqués de Espard -quien repudió a su esposa tiempo atrás- alegando que está dilapidando su fortuna en atenciones con la viuda de Jeanrenaud y en un libro sobre la historia y las costumbres de China que está elaborando con sus hijos. Técnicamente, me ha interesado mucho la lectura del texto de la demanda por parte de Bianchon, entrecortada con el diálogo que mantiene con Popinot (cap. III, pág. 111).
Posteriormente, cuando nuestro juez visita a la viuda, comprende al punto -como ella misma le hace notar- que dado su aspecto no puede ser la amante de nadie como la marquesa pretende en su demanda. Finalmente, durante la visita al marqués, éste pone a Popinot en antecedentes. El dinero que dispensa a la enlutada quiere ser la reparación por unas tierras, que le fueron expropiadas a los Jeanrenaud -hugonotes- durante las guerras de religión para ser dadas a los de Espard. Como el actual marqués de esta casa ha decidido que la operación no fue de "buena ley" aunque fuese legal, resolvió dar a la viuda -última descendiente de los Jeanrenaud- el dinero correspondiente.
En cuanto a la enciclopedia sobre China, se trata de otra caridad. En este caso, el beneficiario es el conde Nouvion. Un emigrado que, tras regresar a Francia con la restauración borbónica (1814-1830), se vio arruinado. Habiendo sido antaño bibliotecario de Carlos X, el marqués de Espard pone en marcha la obra -que por otro lado se mantiene gracias a sus subscriptores como su editor puntualiza al magistrado- para procurar una ocupación tanto al conde como a sus propios hijos.
Popinot queda sinceramente conmovido tras conocer la verdad. Para nuestro buen juez no hay interdicción que valga. Pero la marquesa ha obrado por su cuenta. Al día siguiente, cuando acuda a trabajar con su informe redactado, el presidente del tribunal le ha apartado del caso precisamente por haber tomado el té en casa de la marquesa. En su lugar ha sido nombrado el juez Camusot, uno de los arribistas más taimados de toda La comedia humana, quien, naturalmente, lleva adelante la interdicción. Dice Pujol que, en una de las piezas posteriores se hace referencia de pasada a cómo la marquesa, empero sus manejos, no consigue hacerse con la fortuna del marqués. Ardo en deseos de saber cuál es.
Publicado el 7 de junio de 2017 a las 18:45.